Luego de salvar a Curicó Unido del descenso en 1984 (la liguilla se jugó en el mes de marzo), los goles de Luis Martínez fueron fundamentales para llevar al equipo albirrojo ni más ni menos que a la liguilla de Ascenso de ese año. De la lucha por desaparecer del profesionalismo, se pasaba rápidamente a la lucha por subir a Primera.
Era la época dorada del club de la banda sangre, y 1984 sería un año clave. Según los estatutos del campeonato, los dos primeros lugares del Torneo de Apertura ascenderían directo a primera división. Luego de perder la final con Iberia de Los Ángeles, Curicó de igual modo celebraba. Era el primer ascenso del club a la serie de honor, pero aún faltaba enterarse de una desagradable sorpresa…
Dolía la falta de seriedad de la Asociación, pero Luis seguía perforando redes. Goles y más goles, sin embargo su transferencia a un club de primera nunca prosperaba…
- Usted marcó 280 goles en el profesionalismo, cifra estratosférica para un delantero del medio chileno. ¿Qué le faltó a Luis Martínez para, por ejemplo, haber triunfado en un club grande de Primera?
- Condiciones tenía, pero uno también tiene que creerse el cuento de que uno puede. A mi me dieron una oportunidad cuando estuve en Iquique, donde jugué poco porque ellos tenían un plantel completo y yo llegué como un refuerzo más nomás, y aún así hice algunos goles. Ese año jugamos contra muy buenos equipos, y ese año en Iquique hicimos una buena campaña y estuvimos peleando la liguilla para Copa Libertadores. Era muy complicado jugar, no porque no tuviera capacidad, sino porque no tuve oportunidades.
- ¿No habrá sido su metro y setenta de estatura el principal impedimento para haber llegado más alto?
- No creo. A mí me faltó haber sido más arriesgado y osado, porque yo nunca me atreví a aventurar más allá. Incluso el año ‘85 llegó a Curicó un empresario que me quería llevar a México, y tenía varias posibilidades. A pesar de que yo no era un jugador de estatura muy alta, cabeceaba bien y le pegaba con ambas piernas, y hacía goles tanto de cabeza como con las piernas. No era totalmente completo porque el físico no me acompañaba, pero suplía eso con la velocidad que tenía, con que era encarador y con que hacía muchos goles, que es lo importante.
- ¿Es verdad que usted y su hermano Juan (arquero) se comunicaban a través de silbidos dentro de la cancha?
- En los entrenamientos practicábamos eso de silbar para engañar al rival, y con un pelotazo salíamos jugando altiro. Ellos (los rivales) siempre esperaban que saliéramos jugando, pero Juan me las tiraba a mí, porque yo hacía las diagonales y con los pelotazos largos siempre sorprendíamos a los rivales. Hicimos muchos goles así. En los corner en contra yo me quedaba solo arriba y todos bajaban a tomar sus marcas, y cuando salía a cortar un centro alguien, yo silbaba y tiraba un pelotazo largo que sorprendía a la defensa, porque estaban mal parados, no marcaban bien y dejaban espacio…sobre todo en la cancha de La Granja, que era una cancha mala, no como ahora que es una mesa de villar.
EL CRACK EMIGRA
“Siempre me preguntaban cuál era el secreto. Yo decía: el secreto es nunca dar una pelota por perdida. Hay que jugarse la pelota como si fuera la última. Yo como delantero estuve siempre atento a los rebotes, más que a esperar errores del rival. Donde iba el balón llegaba yo, y siempre ganaba. Aprovechaba los errores del defensa, porque uno como delantero siempre tiene que estar al acecho. De cinco veces que uno va a correr se puede ganar una, y hay que aprovechar eso”, sostiene quien fuera por años el dueño absoluto de la “9” curicana.
En 1986 Luis Martínez decide emigrar por primera vez de Curicó Unido. Cansado de los incumplimientos económicos del club, el delantero finalmente llega para ser dirigido por Roque Mercury en Deportes Laja, club que en esos años contaba con un gran poder económico debido al dinero que aportaba la papelera de la localidad de la octava región.
“Ese año pasé inadvertido. Después de ser goleador dos años consecutivos pasé inadvertido porque jugué muy poco e hice muy pocos goles, además que estuve lesionado”, rememora Martínez. En lo monetario la decisión había sido buena, no así en lo deportivo.
- Una de las razones que tuvo para emigrar de Curicó fueron los incumplimientos económicos, sin embargo usted recuerda con mucho cariño a los hinchas curicanos…
- Por la gente de Curicó siento mucho aprecio, mucho cariño. A mí la gente nunca me defraudó, así como yo les entregué lo mío, lo que ellos querían: que eran triunfos y goles. Me sacrifiqué, sufrí harto, pero yo tengo que darle las gracias solo a la gente, porque para mí ellos fueron y son muy importantes.
- Me imagino que recuerda a la señora Edith Véliz, eterna colaboradora del club…
- Yo siento mucho agradecimiento por la señora Edith, ella fue la que me recibió cuando llegué a Curicó y eso que ella no era dirigente, sino que solo un hincha. Ella siempre me estuvo apoyando y cuando estaban malos los sueldos ella siempre me apoyaba, al igual que la señora Hortensia (Correa, conocida como doña “Chiruca”) o el “Agüita de Té” (Luis Sepúlveda, fallecido suegro de Luis Orrego), quienes siempre nos estaban aportando con cualquier cosita. Siempre preocupados de prepararnos buenos asados o de la fruta en las pretemporadas.
Sin embargo, en los años ’80 la insolvencia económica del Curi y el carácter tranquilo de la ciudad de las tortas no daban para tanto. Aún así, el “tercer tiempo” se desarrollaba en los asados, que servían para fortalecer la amistad de los jugadores del plantel.
“Siempre ha existido la farra, las salidas y las fiestas, pero todo tiene que ser en su momento. Nosotros siempre después de los partidos hacíamos algo en mi casa, con mi familia y a veces con algunos amigos. Yo siempre he sido sociable, entonces a veces me pedían la casa y hacíamos un asado, pero un día después del partido y nunca antes, ya sea el día lunes en la tarde, o los días martes cuando con el plantel nos ganábamos un asado, una apuesta o algo, y los hacíamos en el estadio La Granja. Allí hacíamos muchos asados, sobre todo los días martes después del entrenamiento, toda la tarde”, sostiene “Lucho”, descartando de plano haber sido un jugador indisciplinado.
En cuanto al denominado “pichicateo”, o uso de drogas para fortalecer el rendimiento de los jugadores, Martínez reconoce que era una práctica que “estaba en todos lados”.
“Yo era uno de los jugadores que siempre estuvo en contra de eso, porque muchos jugadores llegaron a los clubes grandes por eso, y no porque tuvieran capacidades físicas. Yo tenía 34 años y siempre me hacían doping, y nunca me pillaron nada, porque entrenaba con los niños, con los de 17 años y corría a la par con ellos. A mí me decían: “esto te va a hacer ganar plata, con esto vas a llegar a Colo Colo, a la Católica, a esos equipos, así que ponte esto”. Pero no, porque el fútbol es mi pasión, entonces no la puedo envenenar tomando pastillas”.
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